‘El Diablito’, y cómo los Caifanes marcaron a toda una generación

 
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Antes de que nos olviden
Haremos historia
No andaremos de rodillas
El alma no tiene la culpa

El álbum ‘El Diablito’ es un disco aparte, sí, el que le dio fuerza a la idea Caifán, a su solidez e idea de grupo referente en la escena del rock latinoamericano, donde la nación completa pudo cantar en la sala de la casa, en la banqueta, en el auto, tomando cerveza y sabiendo que podrías empezar mirando unos ojos adolescentes y acabar en un “beso” escuchando la ‘Célula que explota’. Sí, un soundtrack en segundo plano, pero trascendente para toda una generación.

Hablamos de 1990, ya hace 30 años de hacer consciente que tenías una “voz” con unas letras llenas de “insights” mexicanos de Saúl Hernández, que sí, acabaron en tatuajes, pintas en las calles y con posters colgados de la recámara.

La palabra Caifán está descrita como un sujeto preeminente en un barrio de la ciudad.

Al entrar de lleno al LP, nos ubicamos, es la tarde noche en un cuarto de esta gran ciudad, sentados en el piso escuchando y cantando ‘Detrás de ti’ con severas dedicatorias aullando cómo un perro infeliz, cómo un adolescente con cierto arrebato, jugando a matar la inocencia “fumando” por primera vez, ataviados con una chamarra de mezclilla, dejándonos el cabello largo y cantando con furia: Nunca volteas, nunca me miras.

 
 

El álbum fue presentado en el teatro Blanquita con un “portazo” y durante una entrevista en vivo en el programa La Movida, con Verónica Castro. Vaya, si así empezábamos esa década, era difícil imaginar como iba a acabar.

El Diablito’ transcurre, el teclado de Diego Herrera crea un acento para dar camino a Antes de que nos olviden, un himno inconsciente, como si quisiéramos marchar siempre en esas tardes azul violeta, acompañados de los amigos de la secundaria, cómo si nuestras historias fueran importantes, cómo si nuestras conversaciones lo fueran, acostumbrándonos a vivir del presente, para sobrevivir en las crisis, devaluaciones, en el enojo por los gobiernos psicópatas, y claro, cantarle a tu crush en turno: aunque tú me olvides te pondré un altar de veladoras, y en cada uno pondré tu nombre. La batería de Alfonso André en este final de canción es inolvidable así como en ‘El Negro Cósmico’.

 
 

Ocupa el puesto 18 entre los 250 mejores álbumes de la historia del rock iberoamericano por la revista estadounidense Alborde.

Los tracks avanzan, y escuchamos los riffs de la guitarra de Marcovich, para evaporarnos en un color pardo y escaparnos en la noche, caminando por las calles de esta gran ciudad, con las luces brillando sobre Av. Insurgentes, y saber, que los sueños se aspiran del asfalto, en esas pláticas mirando al piso sin pensar en la muerte del día. Sólo para llegar a casa, dormir y soñar, pardos, silenciosos.

La banda entró al estudio de grabación a finales de 1989, bajo la dirección de Óscar López, contando con la colaboración de Gustavo Santaolalla.

En algún momento, escuchas ‘Sombras de Tiempos Perdidos’, la entrada es una escalera musical perfecta para escucharla en un cuarto mirando al techo, sintiendo las primeras pulsiones del corazón con letras multidimensionales. No lo sabías, pero por primera vez estabas “viajando” estando en el mismo plano físico.

 
 
 

‘La Célula que Explota’, era (es) para cantarse a todo pulmón y tratar de llegarle el tono a Saúl, y si tenías suerte poder gustarle a alguien en la reunión, era el track para empezar una plática porque te gustaba la misma canción, era un gusto similar, una letra que podrían compartir al llevarla de la mano, de la cintura, del cuello, y así hasta su casa, cuando todos éramos felices y respirábamos con una libertad después acotada por los años y por nuestras miserias sociales.

Hay veces que no dejo de soñarte
De acariciarte hasta que ya no pueda
Hay veces que quisiera morir contigo
Y olvidarme de toda materia
Pero no me atrevo

 
 

‘Los Dioses Ocultos’ es para empezar los rituales, el llamado de la noche, cuando sabemos que ya no hay punto de regreso, una decisión mortal, la entrada con tambores a los coros al unísono, y mirar a las ventanas, ahí, un reflejo con letras que pretendemos entender, con vacíos, con los amigos que pensarías que podrían estar siempre acompañándote en las buenas y malas, sin caminos varados, apartados, sin pensar en que algunos ya no los volverías a ver, y que al escribir esta nota podrían regresar como sombras, como células que explotan.

Mira cómo te ha dejado esta vida
Antes que pienses que vas a envejecer.
Mira cómo te ha dejado esta historia
Antes que pienses que vas a enloquecer.

Texto: Andrés Villela